El coronavirus nos ha quitado muchas cosas, pero nos ha devuelto otras. Entre las que han vuelto -y con fuerza- está el plástico. La pregunta es si nos ha preocupado. «Cómo nos va a preocupar», pensarán algunos, si gracias a este material hemos podido adentrarnos en una nueva normalidad muy extraña… pero normalidad al fin y al cabo. Esa que se resume en los hasta ahora impensables abrazos de plástico. Salimos de la pandemia, pero el precio es renunciar al contacto con la piel humana. Como esa madre y esa hija que se tocaban por primera vez en tres meses en una residencia de Valencia separadas únicamente por un plástico.
El tan denostado material hasta no hace tanto. Es la gran paradoja y uno de los efectos de la lucha contra reloj para doblegar al coronavirus.
Porque el plástico es algo así como la pasta. Hay tantos tipos de plástico como platos diferentes del clásico italiano. Su versatilidad es tal que puede ser duro, flexible,
ligero… en función de su composición. Igual que las recetas de pasta son casi infinitas, de la misma manera que los usos y aplicaciones del plástico son innumerables. Nos sirve tanto para una bandeja resistente como para moldear un tierno abrazo.
Ésta es básicamente la razón por la cual el plástico es uno de los materiales más deseados este 2020. Y, no lo olvidemos, muy barato. El problema: que una botella de plástico tarda 500 años en descomponerse. Sólo en el Mediterráneo se acumulan 600.000 toneladas. Y en España sólo se recicla el 30%, según Greenpeace.
Así que lo que ha pasado durante estos tres meses excepcionales que nos ha tocado vivir es que hemos vuelto a confiar en el plástico. ¿Quién se acuerda de cuando renunciamos a pedir indiscriminadamente bolsas de plástico para la compra? Cuando su uso masivo estaba prácticamente desterrado de los supermercados, el plástico ha vuelto a invadir estos espacios estratégicos durante la pandemia.
Y así nos hemos acostumbrado a la nueva rutina de comprar con guantes y mascarilla. Su uso se ha convertido en obligatorio en las principales cadenas de supermercados. Hasta el punto de que Consum, con unos 750 establecimientos en España, ha consumido en tres meses los guantes de plástico que habría necesitado en seis años: unos 150 millones.
Así lo explica el director de Relaciones Externas de la cooperativa, Javier Quiles.
«El plástico se había demonizado desde mucho antes de la pandemia, pero ahora se ha demostrado que es un elemento de seguridad alimentaria. La realidad es que da sensación de seguridad a la gente, que piensa que no se contagiará gracias a él».
Además, «la industria alimentaria no podría subsistir sin el plástico», según Quiles. Las bandejas del pescado, por ejemplo, son «plástico puro» porque se necesita que tenga una trazabilidad del 100%: esto es, saber exactamente por dónde ha pasado el material desde su origen hasta su destino final en manos del consumidor. A mayor trazabilidad, mayor seguridad alimentaria.
La vuelta del plástico a costa de la pandemia será en todo caso temporal. Primero, porque en el fondo al cliente le resulta incómodo manejarse con bolsas y guantes de plástico al mismo tiempo.
Consum, de hecho, entrará en la nueva normalidad quitando la obligatoriedad del uso de guantes (salvo en la sección de frutas y verduras) y recuperando su política de reducción de plástico. Y, segundo, porque en el horizonte inmediato aguarda la futura Ley de Residuos y Suelos Contaminados que promueve el Ministerio de Transición Ecológica.
Una norma anunciada en plena pandemia que prohibirá el plástico de un sólo uso (el de cubiertos de usar y tirar, pajitas…) y que contempla un impuesto para los envases no reutilizables fabricados con este material.
Las alarmas en el sector no han tardado en encenderse. EsPlásticos es la plataforma que integra a ANAIP, PlasticsEurope, Cicloplast y AIMPLAS, que representan a su vez a más de 3.000 empresas en España, y su advertencia es clara contra una tasa «intencionadamente discriminatoria».
«Que sólo grave a un material, el plástico, con el fin de desincentivar su uso, es alarmante a nivel de seguridad alimentaria y sanitaria», insisten desde una industria que representa el 2,7% del PIB español y genera 255.000 empleos. Es más, «la tendencia a reducir el uso de plásticos en los materiales en contacto con la comida ya se ha traducido en un aumento de las alertas alimentarias en la Unión Europea del 17%».
Lo cierto es que el sector del plástico ha vivido con la pandemia algo así como un paréntesis de gloria.
Actualmente, se producen 350 millones de toneladas al año: la mitad en Asia, el 19% en EEUU y el 16% en Europa. Y la imparable demanda de guantes, mascarillas y equipos de protección podría ralentizar los intentos del Viejo Continente de reducir su uso.
«La pandemia ha ayudado sin duda a que la gente vea el plástico con otros ojos: antes el plástico casi se comparaba con el tabaco y ahora hay mucha más concienciación de todo lo que puede hacer», dice Juan Melgarejo, miembro del consejo rector del Instituto Tecnológico del Plástico (AIMPLAS) y el consejero delegado de Innovative Film Solutions, una empresa asturiana especializada en film plástico destinado a embalaje y cuya apuesta por la innovación ha reconocido incluso la Comisión Europea. De hecho, EsPlásticos ha aprovechado la pandemia para recordar que una atención sanitaria sin este material sería directamente una experiencia mucho más dolorosa, traumática y peligrosa para el paciente. Al plástico le debemos los famosos equipos de protección individual (EPI) contra el coronavirus como las viseras o los guantes, pero también los tubos intravenosos para administrar medicamentos, las bolsas de transfusión de sangre y plasma, los test de embarazo…
En opinión de Melgarejo, «se ha demonizado injustamente» el material más eficiente «por un mal uso». «El problema es cuando se tira por la calle, cuando llega al mar…», señala Melgarejo. Pero la realidad, insiste, es que si en un envase se quiere reducir la cantidad de plástico para sustituirlo por cartón, luego no se podrá reciclar.
Para entenderlo: un producto se podrá reciclar en la medida en que no tenga una estructura compleja. Y un envase de plástico al que se le añade cartón no es precisamente algo simple. Por eso, «Innovative Film Solutions es la primera empresa que ha desarrollado un producto de polietileno monocapa que elimina esa complejidad» para facilitar el reciclaje. Según Melgarejo, el objetivo es «generar una empresa de plástico basada en la economía circular y la sostenibilidad real». Un ejemplo concreto, dice, de por dónde transita en general la industria del plástico.
Sin embargo, Amparo López, vicedirectora del Instituto de Agroquímica y Tecnología de Alimentos (IATA, un centro de investigación del CSIC), alerta del «impacto terrible» que está suponiendo el plástico en estos meses de pandemia.
«Hemos pasado de tener a diario la problemática en televisión a relajarnos totalmente en las medidas contra el plástico para protegernos frente a un contagio», lamenta. «No nos damos cuenta de que esto tiene unos efectos muy importantes sobre el medioambiente, que está hipercontaminado y es algo que acabará perjudicándonos».
La investigadora admite que, en algunos casos, el plástico es «insustituible», pero en muchos otros –como los artículos desechables– «su consumo es tan rápido que genera un problema con la gestión de los residuos». «Hace falta una labor de divulgación para que la población sea consciente de lo que nos jugamos: los plásticos de un sólo uso deben sustituirse por algo que cuando acabe en el suelo se pueda descomponer».
En este sentido, señala a los envases alimentarios porque son «casi todo plástico». De ahí que las diferentes líneas de investigación se centren en «sustituirlos por bioplástico». Es decir, plástico que provenga de fuentes de origen renovable.
Y llegamos al quid de la cuestión. «Materiales biodegradables ya existen, pero son más caros; nada que ver con los plásticos derivados del petróleo que son superbaratos». La investigadora cita el ácido poliláctico, que lleva tiempo usándose justamente en las bolsas biodegradables.
El IATA trabaja además en la valorización de los residuos marinos. Hay algas que se usan hasta en la cocina, pero una vez se extrae de ellas el producto que interesa, el resto es residuo que hay que gestionar. Es lo que hace este instituto dependiente del CSIC. «Procesamos el residuo de las algas para obtener un biomaterial que es biodegradable». Como apunta López, «o damos un impulso a estos materiales o veremos si podemos adaptarnos a la futura Ley de Residuos, pues 2021 ya está ahí». Esperemos al menos que para entonces los abrazos ya no sean plastificados.